En los últimos años de la universidad pública nos hemos visto inmersos en una pluralidad de problemáticas. Hoy creemos que el abordaje y desarrollo de ciertos ejes es ineludible. Pensamos que una discusión sobre la universidad debería abordar la cuestión de la democratización en términos de la estructuración formal del cogobierno y su desmesurada desigualdad de representación. Así también, entendemos la democratización vinculada al reclamo de aumento presupuestario, dada la necesidad de pensar formas de distribuirlo que permitan una llegada real y concreta como lo exige una educación verdaderamente pública, gratuita y de ingreso irrestricto. En esta misma dirección reivindicamos la pluralidad de enfoques en la producción del conocimiento, cuestionando seria y constantemente la estructura feudal de la cátedra. Ampliamos el concepto de democratización a diversas esferas porque creemos que nuestra tarea es repensarlo y discutirlo en su totalidad, tomando en cuenta que siempre deberemos dar todos los debates y luchas que sean necesarios en este complejo camino.
Otro eje que consideramos fundamental repensar y problematizar es la autonomía universitaria. Largos debates nos debemos aún acerca de qué significa la autonomía hoy. Pero no podemos dejar de mirar con mucha atención las reformulaciones y los planteos acerca de la universidad que están empezando a circular desde el actual gobierno sobre la universidad pública y sus supuestos nuevos desafíos: las llamadas 'demandas de la sociedad'. Nos animamos a decir que la pelea contra la ideología neoliberal en esta etapa se da, entre otras cosas, alrededor de lo que ellos denominan la “pertinencia de la universidad” respecto de las 'necesidades sociales'.
Durante la década del noventa enfrentábamos la política educativa del gobierno nacional (fundamentalmente el menemismo, después la alianza) teniendo como base un análisis de las leyes - federal de educación y de educación superior -, es decir que para conocer la política, leíamos el articulado. A su vez poníamos en evidencia las carnales similitudes entre el discurso del gobierno nacional y las recomendaciones del banco mundial. Ambos atacaban sin disimulo a la educación pública, en particular la gratuidad y la autonomía de la universidad. No veíamos todavía que la regulación jurídica, los articulados, eran el resultado de una regulación ideológica que ya había sido exitosa -antes de las leyes- en imponer su visión sobre la educación.
Pero si este análisis, aunque ingenuo, era útil en los noventa, hoy ya no lo parece tanto. Contrariamente a lo que ocurría en ese momento, el gobierno actual intenta ubicarse no sólo como opositor a esa política educativa, sino también como quien viene a remediar sus males. Intenta despegarse retóricamente de los organismos internacionales que conformaban el 'enemigo fácil' en los noventa. Sin embargo, podemos advertir que el gobierno nacional sostiene y actúa en el sentido de la misma ideología neoliberal que caracterizó a las políticas educativas de los noventa. Se mantienen muchos de los pilares ideológicos que la configuraban, y cuando afirmamos esto no nos referimos únicamente a la privatización y al financiamiento mixto de la universidad. Conceptos tales como la pertinencia, la adaptación al contexto, la rendición de cuentas, los mecanismos externos de evaluación y acreditación, etc, son muestras de ello. Si en los noventa la 'adaptación al contexto' se leía en clave empresarial, hoy se lee en clave de “pertinencia”.
Encontramos que ante la perspectiva de la sanción de una nueva ley de educación superior, tenemos una disputa cultural e ideológica que dar. Tenemos por delante un arduo debate sobre qué universidad queremos. El cómo, va a poder ser dicho recién cuando atravesemos un debate masivo y profundo acerca de la democratización de todos los ámbitos de la universidad. El para qué va a poder ser dicho cuando nos metamos de lleno en un debate acerca de qué significa autonomía, para disputar con la moda de la 'pertinencia social', como nuevo mecanismo de control.
Transformar la universidad nos exige poner en pie a un movimiento estudiantil que pueda avanzar en la difícil tarea de repensar su papel. En la difícil tarea de sostener niveles de debate que hace mucho no nos damos. Sabemos además, que esa transformación no es posible sin un cambio en la sociedad toda. Democratizar la institución no esta separado de democratizar las relaciones en el aula. Revolucionar la universidad es, inevitablemente, revolucionar nuestro lugar en y por fuera de ella: vayamos a hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario